Desde hace años, digamos que desde que el PRI perdió la mayoría legislativa en la Cámara de Diputados y Senadores, la elección de las respectivas Mesas Directivas de las cámaras que integran el Congreso, se ha convertido en un asunto que se presta al drama y al teatro parlamentario, algo así como un ‘talk show’ de la máxima tribuna del país.
Nunca faltan legisladores que asumen un papel protagónico para que, en nombre de la democracia y sin observar las mínimas reglas de cordura y civilidad política, ni las establecidas para la elección de sus autoridades, ni tampoco los acuerdos adquiridos con antelación, sacan raja política a su favor y quieren aprovecharse de las condiciones, para simular un liderazgo o representación que solo es existente en sus ambiciosas mentes maquiavélicas, ya que ni siquiera integrantes de sus propios grupos políticos comparten lo que para ellos sería su «mundo ideal«.
Pregonan una y otra vez, desde su particular interpretación a modo, «que pase la legalidad». Lo único que les importa es imponer sus posturas, hacer ruido y aplicar el artículo sesto, es decir al bote de basura, leyes, normas y procedimientos que no les son afines y les estorban para legitimar lo ilegítimo.
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Esta es la triste situación que acontece con la elección de la Mesa Directiva en la Cámara de Diputados para este tercer año de actividades. Reconozco que hace un año nos encontrábamos en la misma circunstancia. Y al paso, debo asumir que la Presidencia, después de tanto manoseo, tráfico de legisladores y procesos simulados, ya tiene roña, notoria y evidente.
Una pesada carga que contribuye a la oxidación de nuestros procesos parlamentarios y consecuentemente, deteriora las valiosas confianza y credibilidad en la democracia representativa.
Es evidente el interés de la mayoría y sus aliados en esta figura por dos aspectos fundamentales: porque es el último año de esta legislatura y hay que pasar todo lo que ordene el Presidente, y además, porque las alarmas están prendidas en la 4T ante la disminución de las preferencias y aceptación ciudadana sobre el desempeño del Gobierno de México y del presidente. De ahí que sus fines justifiquen sus medios.
Debo comentar que este escenario ha traído consigo días intensos. Los mensajes sobre las interrogantes y los posibles abusos que se pueden suscitar no han dejado de circular. ¿Es cierto? ¿Cómo? ¿Será posible? ¿En qué están pensando? ¡No, eso es imposible! ¿Qué? Son solo algunas de las muchas manifestaciones de preocupación ante la posibilidad de que el hijo reconocido del corazón de Iztapalapa, el diputado José Gerardo Rodolfo Fernández Noroña, presidiera la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados en el último año de la actual legislatura. Personaje parlamentario protagónico, manipulador y furibundo ante cualquier posibilidad de perder discusiones, conocido por contratar «agitadores» para montar su espectáculo en cualquier espacio, foro o evento y por gritar groserías o presumir violencia. Hombre que no tiene reparo en llamar «pedorras» a mujeres de ayuntamientos opositores y que incita a la violencia política en razón de género, entre otras linduras que han dejado huella de su roña legislativa. Reconocido hooligan legislativo que hace todo para hacer realidad los «fines democráticos» de la 4T (lo que eso signifique para ellos).
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De hecho, una amiga mató mi esperanza, «mira, si el Senado de la República ya contó con la Tigresa, Irma Serrano, como una de sus integrantes para darle colorido a la democracia y sentido a la pluralidad, todo es posible. Hay que esperar la votación, esto se gana con sufragios«.
En ese chacoteo de las redes sociales, algunos ya están preocupados porque le robaría cámara y acción al show mediático de las conferencias matutinas; la participación de este diputado sí representaría competencia para el inquilino de Palacio Nacional. Ambos montarían un espectáculo perverso para pelear por la atención del respetable, el rating y la popularidad, veríamos un circo de dos pistas.
Sin embargo, todo tiene un principio y un fin, aunque quede la roña. En el último día de agosto, bastó la orientación presidencial para enterrar las espurias aspiraciones de un grupo artificial, con legisladores en fuga (y de paso desviar la atención ante las casi 600 mil personas contagiadas de COVID y los casi 65 mil fallecidos). Es incuestionable que la mayoría y sus aliados crean las condiciones para tener una mayoría legislativa para realizar reformas internas.