En el proceso de construcción del Estado moderno, la monarquía europea definió un modelo constitucional: el parlamentario.
Y una América, de inexistentes monarquías, se decantó por un modelo que dio pie a la primera república constitucional de corte presidencial.
Ante escenarios de inestabilidad revolucionaria, y en defección del equilibrio de poderes, el modelo republicano depositó mayor peso atributivo en el poder ejecutivo.
Cuestión ésta que en Europa se consideró excesiva, puesto que el Jefe de Estado era un rey vitalicio, de fuente hereditaria, e irresponsable en términos políticos.
De modo que se optó por la creación complementaria de un Primer Ministro o Jefe de Gobierno, que, no obstante su formal nombramiento por el monarca, sería políticamente responsable ante las Cortes. Por tanto, movible en caso de conflicto.
Fue así como el gobierno parlamentario pudo encajar, y hacer convivir, un creativo modelo de cariz republicano al interior de una superestructura monárquica.
En los Estados Unidos de América, un presidente, elegido de manera temporal, es responsable ante sus electores.
En el caso de las repúblicas latinoamericanas, se pasó de un modelo presidencial a uno más intensamente presidencialista, al depositarse en el ejecutivo -de jure y/o de facto- características más propias de un monarca, por el poder moderador o decisorio que suponía.
Todo lo cual sugiere el diseño de un virtual y operativo sistema de transferencias entre ambos modelos.
En la actualidad, el número de repúblicas plustriplica al de las monarquías.
Modelos ambos de organización del Estado, que han podido acreditar factibilidad democrática.
En el sistema republicano, la vía electoral no garantiza, per se, la calidad democrática. Tampoco la convicción, voluntad y conducción democráticas del presidente, aún cuando éste haya sido elegido por sufragio universal.
Sobran ejemplos de repúblicas no democráticas. O de dirigentes que son todo, menos un modelo intachable de ponderación, convicción, voluntad y conducción democráticas.
Una monarquía parlamentaria no es cautiva de ninguna ideología política, ya que los tres poderes en los que se sustenta, son independientes de la Jefatura del Estado.
Habitualmente, en una república, el presidente pertenece a uno de los partidos políticos del sistema, por lo que suele primar las ideas e intereses de su partido, disponiendo para ello de mayores recursos de poder que en una Corona.
Un presidente de república puede operar en favor de la continuidad de su ideología, y pretender desbordar sus competencias para justificar su presencia al frente del Estado. Caldo de cultivo para la generación de crisis.
Tanto el presidente de una república, como el presidente de gobierno en una monarquía parlamentaria, suelen operar pensando en las siguientes elecciones. Lo que no es la constante en un monarca, que, como Jefe de Estado, piensa más en las próximas generaciones. En el parlamentarismo, el rey sería algo así como el diputado de todos, sin excepción.
Al final de cuentas, y más allá del modelo de Estado, lo más importante será el respeto de la institucionalidad jurídico-democrática, y el respeto escrupuloso de las libertades individuales