Escrito por Michel E. Tigar y Madeline R. Levy, este libro, al que llegué por una reseña escrita por el ahora ministro Juan Luis González Alcántara y publicada en el Boletín Mexicano de Derecho Comparado (número 74) me pareció un texto útil y pertinente.
Publicado por primera vez en 1977, Tigar fue uno de los abogados defensores de los llamados “Ocho de Chicago”, de moda reciente por una película. Abogado penalista y docente universitario, escribe junto con la abogada Levy, un texto histórico y jurídico a la vez, que pretende proyectarse al futuro.
Dentro de una visión marxista (que puede no aceptarse e incluso rebatirse), desarrollan un paseo histórico por el nacimiento de la burguesía como clase, en la Edad Media, entendiéndolo como un proceso en el que es imposible fijar un momento exacto.
El libro va de la narración de cómo las ciudades conquistan ciertos derechos, a la manera en que algunos comerciantes buscan “ennoblecerse” mediante el acceso a títulos reales. Nos cuenta también la relación compleja con la Iglesia Católica y con las monarquías, que en ocasiones son aliadas de las ciudades, y en otras sus enemigas.
Dentro del proceso que se cuenta, podemos observar cómo la burguesía fue cambiando de un conjunto de artesanos y mercaderes locales, a un grupo de auténticos pre-industriales y banqueros, que se sirven primero de las franquicias concedidas a las ciudades, y después se apoderan de tales derechos en su beneficio, tornando en obreros asalariados a los artesanos.
La legislación feudal entra en crisis al cambiar el modelo de producción, pero a la vez, se resiste a morir hasta la Revolución Francesa. Se enfrenta, por un lado, al decaimiento de los poderes de la nobleza, y por otro, a la afirmación de la potestad real.
El Derecho Romano, de la mano con el fortalecimiento de la monarquía, se convierte en norma viva y transformada a la vez, que sirve para afirmar los reclamos de la clase naciente a partir de una apelación a “lo natural”, que, si bien es artificial en tanto creación humana, se presenta como inmanente.
Los abogados juegan un papel central, pues por un lado son los clientes principales de la naciente clase mercantil, y por otro, son los enviados y representantes de la Corona, en la búsqueda, los primeros, de maximizar la ganancia; de la segunda, de afianzar su poder. Formados en universidades pagadas por la Iglesia o la burguesía, se entrenan en el Derecho Romano pero también sistematizan las costumbres locales y las reglas dadas por los monarcas.
Al final, se hacen algunas consideraciones sobre lo que todo este proceso de afirmación del derecho burgués puede enseñar, para una hipotética sustitución del mismo por otro, de la mano (recordemos que el punto de vista es marxista) de un cambio en los medios de producción, apelando a lo que llaman “jurisprudencia insurgente”.
Resulta un libro útil y pertinente para entender el surgimiento del Estado en el mundo occidental, diría yo, es un complemento de la “Teoría del Estado”, de Hermann Heller. De igual forma, su idea del “derecho como un proceso” resulta interesante y seductora para explicar el desarrollo de este dentro de una perspectiva histórica. Esta utilidad, considero, no está limitada por que se abrace o se rechace su concepción epistemológica.
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