La respuesta es sí. La siguiente pregunta (y más importante) es: ¿sería una buena constitución?
La Inteligencia Artificial (IA) tiene la capacidad de realizar mucho de lo que hace la inteligencia humana, sistematizando información, procesándola e incluso utilizándola de forma creativa. Claro, esto puede hacerlo gracias a la capacidad que tiene para manejar cantidades inmensas de información, obtenida de diversas bases de datos.
Así que es posible que hoy le pidamos a una IA que nos redacte una constitución. Es más, me parece factible que incluso le pidamos que lo haga siguiendo las ideas de Ferrajoli, o de Rabasa, o de Bader Ginsburg; que siga una corriente garantista o crítica del derecho, o que se inspire en las constituciones del llamado “Nuevo constitucionalismo latinoamericano”.
Ahora bien, ¿qué tan buena (o aceptable) sería esa constitución? Lamento decirle que muy probablemente sería de menor calidad que una escrita por humanos. Esto por las siguientes razones:
Primera, por sesgos contrarios a derechos humanos, que implican discriminación y, por lo general, un ocultamiento o subrepresentación de grupos sociales. Esto por la posibilidad de que la IA trabaje con bases de datos inexactas, que no representen la realidad, o que lo hagan con un sesgo perjudicial para diversas porciones de la población.
Segunda, por las alucinaciones, estos son resultados o información que arroja la IA que son claramente falsos (inventos). Permítame ponerme de ejemplo: al preguntarle a Meta IA quien es Luis Octavio Vado Grajales, me respondió que se trata de un poeta y ensayista mexicano, que entre otros libros, ha escrito “El laberinto de la soledad”.
Tercera, la falta de negociación política. La constitución es la más política de las leyes, pues estructura al poder público, limita a los otros poderes, y fija los derechos mínimos de las personas. Por tanto, en la factura de una constitución no se puede obviar la construcción de acuerdos políticos, producto del debate y la discusión ciudadana.
Cuando mucho, la IA podría arrojarnos un borrador, que en lo personal no tomaría muy en serio.
Así, la posibilidad de un Constituyente digital es, en el escenario más tecnooptimista, muy lejana.