La democracia, aquí hemos platicado, es más que votar, aunque siempre es elegir. Así, en ocasiones se trata de seleccionar a quienes nos representen, en otras podrá ser decidir si se quiere o no una medida legislativa, obra pública o política concreta; pero también puede ser incidir en la construcción de decisiones de gobierno.
En este sentido, la primera se manifiesta en la democracia representativa, la segunda se muestra en los mecanismos de la democracia semidirecta, y la tercera es la dialogante.
La democracia dialogante implica que quien gobierna reconoce que no posee la verdad, sino una parte de ella. Que puede estar guiado/a por las mejores intenciones o los más altos valores, así como por los conocimientos técnicos y científicos más adecuados, pero que aún así, no puede afirmarse en la infalibilidad.
También esta forma de democracia reconoce que las sociedades modernas son complejas y multiculturales, como la nuestra. Que esta pluralidad se manifiesta de diversas maneras, en las elecciones, en los medios de comunicación, en las redes sociales, en los cafés y reuniones (aunque sean virtuales), y que esas diferencias se pueden basar en consideraciones éticas y morales, no solamente en intereses.
Así, la realización de mecanismos de consulta que tienen por objeto construir una decisión con la ciudadanía, son manifestaciones democráticas que huyen de la decisión unidireccional y comunicativamente limitada como es el voto, donde se tiene que elegir una opción en lugar de otras, sin poder pronunciarse acerca de todo lo propuesto y aceptando incluso lo que no gusta.
El parlamento abierto es una manifestación de este tipo de democracia. Para serlo, legítimamente, debe cumplir con algunos elementos:
Primero, una voluntad real de construir la decisión. Esto es, la aceptación de que hay una intención que se asume recta, pero también la necesidad de analizarla, estudiarla y, en su caso, mejorarla. No es parlamento abierto un ejercicio de “legitimación”, como cuando se presenta un proyecto legislativo o de política pública, convocándose a mentes sesudas para que hablen bien de lo propuesto, y luego se apruebe sin modificar ni los errores de ortografía.
Esto último no es dialogar. Es un mero monólogo.
Lo segundo es la publicidad; esto abarca varios elementos, desde la existencia de una convocatoria adecuada que sea amplísimamente difundida y que incluso se realice de manera que pueda ser conocida por personas que tengan alguna discapacidad, que se realice con tiempo suficiente para que la ciudadanía se entere y pueda preparar sus participaciones; hasta la publicidad del proyecto a consultar, acompañado de los estudios, bases de datos, investigaciones, etc., que lo respalden, a fin de que puedan contrastarse.
Lo tercero es la apertura. A ver, no se trata solamente de consultar a las personas expertas, porque no es un asunto solamente técnico, sino político. Lo es tanto porque la decisión es pública, como porque se consideró necesario abrirlo a la ciudadanía, lo que quiere decir que cualquier persona interesada puede participar.
Desde luego existen elementos técnicos en las decisiones políticas, que deben ser competentemente resueltos, pero lo político no se agota en un conocimiento experto, o en el conocimiento de un grupo de personas conocedoras con la exclusión de otras que, también contando con estudios, piensen distinto.
Así, idealmente en un parlamento abierto deben poder participar todas las personas que estén interesadas en el tema, ya sea que lo conozcan en razón de sus estudios, que la decisión les vaya a afectar, o que el asunto a discutir les parezca importante y consideren que tienen algo que decir.
Por lo mismo, la forma de participar debe adaptarse al público que se convoca. No se trata de pedir artículos académicos de al menos cinco mil palabras y con citas siguiendo el sistema APA.
En cuarto lugar, idealmente el diálogo se debe basar en principios o valores, esto es, huir de los intereses personales, que desde luego pueden ser legítimos, pero que no deben ser la base para tomar decisiones de gobierno. La pregunta de fondo es: ¿cuál es la decisión que beneficia de mejor manera a nuestra sociedad?
Al final, deben analizarse con toda responsabilidad y apertura las observaciones formuladas, por más que puedan parecer algunas de ellas inconexas o virulentas. Aceptar aquellas que, bajo la idea del beneficio común, puedan efectivamente mejorar la propuesta presentada al escrutinio público.
Aceptar que un proyecto es mejorable con la participación de la sociedad es una muestra de fortaleza, porque implica que se asume una idea de gobierno que realiza sus proyectos de forma abierta a la participación de la ciudadanía, organizada o en lo individual.
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