Cincuenta años han pasado desde aquel atardecer que se tiñó de rojo, desde aquella fecha que sigue latente en la mente de millones de mexicanos y de la cual nadie ha sido castigado: el 2 de octubre de 1968.
A la mano tendida, la prueba de la parafina… Historia de un crimen
Todos conocemos el contexto del movimiento estudiantil de aquel 68, recordamos además los esfuerzos de los estudiantes de establecer un diálogo civilizado representado por Gustavo Díaz Ordaz y él socarronamente dijo “Una mano está tendida, la de un hombre que a través de la pequeña historia de su vida ha demostrado ser leal. Los mexicanos dirán si esa mano se queda tendida en el aire o bien esa mano (…) se ve acompañada por millones de manos que (…) quieran establecer la paz”, y claro que el movimiento estudiantil debía responder: “A la mano tendida, la prueba de la parafina”.
La matanza estudiantil de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco, no puede ser borrada de la historia mexicana, allí dejó plasmado el Estado la mano cruel de una democracia inexistente, de un gobierno intolerante y dictatorial; y como tal, existen y existieron múltiples responsables, pero hasta la fecha ninguno ha sido sometido a la acción de una verdadera justicia.
Hace unos días, ¡por primera vez en 50 años!, una autoridad gubernamental reconoció que la masacre fue un crimen de lesa humanidad, finalmente y después de medio siglo se dijo por el Jefe de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas de México que “La masacre de Tlatelolco, acaecida la tarde del 2 de octubre de 1968 (…) constituye un crimen de estado (…)”; ahora hay un reconocimiento por parte de autoridades, por parte de instituciones que por medio siglo guardaron silencio, que por medio siglo escucharon testimonios y jamás quisieron pronunciar palabra al respecto, instituciones que le negaron a las víctimas el reconocimiento de dicha calidad, instituciones que habían olvidado que esas voces que intentaron silenciar continuarían latentes en el corazón de cada mexicano.
Tlatelolco: Un crimen de lesa humanidad
El Estatuto de Roma, instrumento constitutivo de la Corte Penal Internacional, señala puntualmente lo que considera como crímenes de lesa humanidad y señala que los actos como; asesinato, exterminio, esclavitud, deportación o traslado de población, encarcelación, tortura, violación, persecución de un grupo o colectividad con identidad propia, desaparición forzada de personas, el crimen de apartheid; cuando se cometen como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque son considerados como de lesa humanidad.
Dichos crímenes son imprescriptibles, es decir, no hay un plazo en el que dejen de ser perseguidos y que, en la primera oportunidad, serán juzgados todos los responsables. Además, de acuerdo con el mencionado instrumento internacional, no sólo se juzga a los autores materiales de los crímenes sino a toda la cadena de dichos actos.
A la luz de dicha concepción jurídica no cuesta darse cuenta que la matanza de Tlatelolco de aquel verano del 68 encaja en los crímenes de lesa humanidad y resulta relativamente fácil determinar quiénes participaron en la comisión de los delitos que ocurrieron aquel día. Cuesta creer que a 50 años no haya existido ni un sola oportunidad de juzgar a los responsables, cuesta creer que la justicia no quiera ver lo evidente, cuesta creer que se quiera olvidar; sí a la fecha no se ha juzgado ni sentenciado a nadie, sí, los hechos permanecen impunes, más que por falta de elementos para procesar, por falta de la voluntad del Estado, un Estado que a pesar de haber transcurrido 50 años de ese crimen permanece inmovilizado sin lograr que, un hecho tan abominable, sea juzgado con legalidad y justicia. Entonces preguntémonos:
¿Cuál Estado Constitucional de Derecho?
No existe, no hay; en nuestro México, con sus claroscuros, parece no haber justicia, las verdaderas víctimas son ignoradas mientras las pesquisas de la, ahora Policía de Investigación, recaen sobre un sinfín de presuntos inocentes. Muerte, desaparición, torturas, lesiones, son hechos innegables de aquel 68 que nadie olvidará, aunque el Estado se empeñe en borrar.