Recientemente Albania sorprendió al mundo con una decisión inédita: nombrar a una inteligencia artificial llamada Diella como ministra de contrataciones públicas, con el mandato explícito de acabar con la corrupción en adjudicaciones gubernamentales. El primer ministro Edi Rama explicó que el nombre Diella significa “sol” o “luz” en albanés, y que el objetivo es garantizar transparencia e incorruptibilidad total en los procesos. Este movimiento, más allá de lo simbólico, representa un cambio radical en la manera en que un Estado decide enfrentar el cáncer de la corrupción.
El hecho de que una IA evalúe gradualmente todas las licitaciones públicas, con la capacidad de contratar talento internacional y de procesar información sin las presiones que sufren los funcionarios humanos, lanza un mensaje potente: es posible repensar las estructuras de poder para reducir la discrecionalidad, los favoritismos y las redes clientelares que históricamente han minado la confianza ciudadana. No obstante, la iniciativa también plantea interrogantes sobre los mecanismos de supervisión, la prevención de sesgos y el control humano necesario para evitar que una herramienta tecnológica se convierta en una caja negra sin rendición de cuentas.
Para México y para muchos países, el caso de Diella es un espejo que revela tanto lo que podríamos ganar como lo mucho que aún falta por hacer. La corrupción en contrataciones públicas ha sido un lastre histórico: cada contrato amañado significa recursos que se pierden y que nunca llegan a las comunidades que los necesitan. Hospitales sin insumos, carreteras inacabadas, servicios precarios: detrás de esas deficiencias hay procesos opacos y decisiones influenciadas por intereses particulares. La ciudadanía, cansada de promesas y cambios superficiales, exige transformaciones de fondo.
La disrupción tecnológica y la globalización han cambiado de raíz la forma en que operan los mercados y las cadenas de suministro. Según los reportes de Ardent Partners, los CPOs en todo el mundo ya no son vistos como simples gestores de compras, sino como actores estratégicos que deben generar valor, garantizar eficiencia, fomentar innovación y construir resiliencia frente a riesgos globales. En este nuevo contexto, las herramientas automáticas e inteligentes no son opcionales: son indispensables para elevar la calidad del gasto público y evitar que las malas prácticas humanas sigan capturando el sistema.
El reto no consiste en copiar el modelo albanés al pie de la letra, sino en asumir la urgencia de actuar. Los países necesitan digitalizar y automatizar con reglas claras, abrir datos públicos que permitan auditorías independientes, crear mecanismos de revisión ciudadana y sancionar de manera efectiva a quienes violen la ley. La tecnología puede ser aliada para garantizar trazabilidad y eficiencia, pero sin cultura ética y sin un sistema de consecuencias reales, se corre el riesgo de que cualquier innovación termine capturada por los mismos vicios de siempre.
El experimento albanés es una invitación a imaginar procesos donde lo público sea verdaderamente transparente, donde los contratos respondan al interés general y no a favores políticos, y donde la confianza ciudadana se reconstruya sobre bases sólidas. Aspirar a modelos automáticos e inteligentes, donde la manipulación humana se diluya y con ella las malas prácticas, no es una utopía: es la condición necesaria para incrementar el valor público en las compras y transformar la contratación en un verdadero motor de desarrollo.
La transformación de la contratación pública no es un lujo, es una necesidad global. Y en ese desafío, México y el mundo tienen que decidir si quieren seguir atrapados en la opacidad, o dar el salto hacia un futuro donde la luz de la transparencia sea la regla y no la excepción.
Si Albania logra sostener esta apuesta y acompañarla de mecanismos de supervisión ética “compliance” y técnica, el resultado será histórico: una reducción sustancial de la corrupción en licitaciones, un incremento del valor público derivado de cada peso invertido y un ejemplo replicable a nivel global. Diella no será vista solo como un experimento, sino como el inicio de una nueva era en la contratación pública: aquella en la que la transparencia, la eficiencia y la confianza de la ciudadanía dejen de ser aspiraciones y se conviertan en la regla.







