Madeline Albright fue Secretaria de Estado en la presidencia de Bill Clinton, antes y después ha desarrollado una carrera académica centrada desde luego en el tema de las relaciones internacionales. Su último libro se llama “Fascism. A warning”, lo escribió al alimón con Bill Woodward y fue publicado este año por Harper.
La intención del texto es clara desde el título, y por tanto se inicia buscando definir lo que significa “fascismo”, esa palabra que, como probablemente estemos todos de acuerdo, ha terminado por usarse de maneras tan disímiles que termina por significar todo y nada a la vez. Narrando la forma en que analizó el tema con sus estudiantes, Albright llega la conclusión de que es un término más relacionado con la forma en que se llega al poder y se ejerce, que con un contenido ideológico preciso.
Un fascista, se lee en el libro, es alguien que afirma identificarse claramente con un pueblo y sus reclamos, pregona hablar en su nombre, no se preocupa por los derechos de los demás y está dispuesto a usar lo que sea necesario para llevar a cabo sus designios, incluyendo la violencia. Para encumbrarse explota el miedo a perder lo que se tiene y a quienes son diferentes, controla la información y ofrece a sus seguidores el ser parte de algo histórico e importante.
Para ilustrar lo anterior, la antigua Secretaria de Estado hace un recorrido que va de Mussolini a Orban, pasando por Hitler, la dinastía de los Kim, y Erdogan, Chávez y Putin, con un método que la lleva a narrar partes de la historia personal de cada personaje así como las circunstancias que en sus países permitieron su encumbramiento. No a todos los califica de fascistas, por ejemplo, excluye por diversas razones a los dos últimos citados.
La razón del libro debe buscarse no sólo en ascenso de Donald Trump, sino también en el giro francamente autoritario que se ha observado en otras naciones, principalmente en Europa. Como antigua jefa de la diplomacia, en el análisis de cada personaje que conoció, introduce breves narraciones de sus encuentros y la opinión que le produjeron.
Es un libro interesante y bien escrito, destinado a un público preocupado por el tema y no sólo escrito para expertos. Desde luego debe leerse con ciertas prevenciones, por ejemplo, cuando afirma que la diferencia esencial entre lo que hace Vladimir Putin y lo que realizan las potencias occidentales radica no en las acciones, sino en el objetivo de las mismas, por lo que como justificación final encuentra la promoción de la democracia (entendida a la manera americana) aunque reconozca que no debe imponerse.
Se trata de un texto pertinente, al menos para quienes nos preocupa el ascenso de estas figuras ya no sólo en Europa, sino también previsiblemente en Sudamérica.