El regreso a las actividades cotidianas, después de pandemia nos está dejando enseñanzas inverosímiles, algunas de ellas directamente relacionadas con las consecuencias del encierro en los menores de edad y de su formación como personas.
De igual manera, la cultura, tradiciones y folklore de cada lugar fueron profundamente afectados por los confinamientos, al verse interrumpida la continuidad de las celebraciones donde se arraigan valores e identidad colectivas de cada grupo social.
Por primera vez, el mundo vio frenados el colorido y universal carnaval de Brasil. El sambódromo cerró las celebraciones y las festividades arraigadas al mismo. Lo mismo sucedió con los carnavales más importantes de nuestro país como Campeche, Veracruz, Mazatlán, Puebla, Hidalgo, entre otros.
Los cines, teatros y operas de todo el mundo bajaron sus telones. No es difícil de imaginar la sombra de Esperanza Iris lamentando el suceso desde el Teatro de la Ciudad de México o desde el teatro que le rinde permanente homenaje en su natal tierra tabasqueña. De igual manera, Bellas Artes de la Ciudad de México, el Teatro Juárez de Guanajuato, el Isauro Martínez de Torreón, el Degollado de Guadalajara, el Teatro de La Paz de San Luis Potosí, el Teatro de la República de Querétaro, el Hidalgo de Zinapécuaro, el San Francisco de Pachuca, el Macedonio Alcalá de Oaxaca, el Peón de Mérida o el Francisco de Paula Toro en Campeche, verdaderas glorias y gemas culturales de nuestro país, sufrieron en silencio la ausencia de público.
En México, donde somos tan festivos y de amplia tradición en festejos sociales, que celebramos la vida, la muerte y todo lo que se encuentre en ese lapso de tiempo, vimos durante esos dos años, crecer a una generación que no pudieron celebrar sus bodas, XV años, bautizos, graduaciones y comuniones, ante la evidente cancelación de todo motivo de cercanía humana.
Las costumbres sociales sufrieron, y afortunadamente, al menos hasta ahora, el semáforo verde ha llegado a cambiar todo eso. Las celebraciones sociales han vuelto, y todo mundo pensó que con ello en automático se reestablecerían los festejos a los cuales tan acostumbrados estábamos.
Lo que nadie vio venir es que esos jóvenes, aquellos que se acercan por primera vez a una fiesta, parecen no divertirse, al menos lo hacen de una manera distinta, de una forma que nunca antes habíamos observado. Parece que la presión social de ir a una pista de baile es suficiente para que ni siquiera lo intenten.
Los jóvenes están lidiando con una presión tan grande que los festejos están notando la falta de voluntad e interés de los chicos por convivir con sus pares como lo hacíamos nosotros en generaciones anteriores.
En las décadas de los 80 y 90 solo los más “valientes” se armaban de valor para pasar a bailar el vals de los XV con la festejada al centro de la pista, ante la mirada de todos, con las luces prendidas. Ese “ritual de iniciación” era todo un logro para quienes en esa época tenían 13, 14 o 15 años, por lo que representaba ante su grupo de amigos.
Ahora, después de consultar con numerosos jóvenes en distintos eventos sociales pospandemia, varios de ellos comentaron que no van a la pista a bailar, porque no saben hacerlo, que prefieren cantar y divertirse en sus mesas. Otro importante grupo de jóvenes refirió que primero irían a clases de baile, antes de ir a una pista de baile, donde quedarían expuestos a la mofa o burla de los demás.
Una gran mayoría dijo que, si bien les gustaba divertirse, así como la música y el ambiente, de ninguna manera se expondría a ir a la pista de baile, sabiendo que sus amigos podrían grabarlos con los celulares, y exhibirlos en las redes sociales.
Quizás estas opiniones sean ingenuas, incomprensibles, tontas o fuera de lugar para quienes crecimos en otros contextos, pero el nivel de presión que tienen nuestros jóvenes hoy en día, es inmenso, y el temor a un error, a equivocarse, a ser exhibidos en redes, a ser ridiculizados, es tan grande, tan profundo y tan real, que prefieren no bailar o anidarse en la parte más oscura del salón para no ser vistos.
Si a ello le sumamos dos años sin ese tipo de convivencias, es evidente que nuestros pequeños nos necesitan más que nunca, para esto y para muchas cosas más. Los celulares le han sumado a la aventura de crecer un desafío gigante.
Aprender a darles confianza y seguridad a las nuevas generaciones será trabajo de todos, incluidos los retos asociados a la ridiculización de las personas en redes sociales.
Pronto veremos estrategias donde prohíban el uso de celulares en eventos, los restrinjan, leyes castigando el bullying digital o ciberbullying, espacios oscuros o semiocultos para que los jóvenes puedan intentar divertirse sin ser el “centro de atención” o sentir que lo son, en fin, el mundo al revés.
Poco a poco la normalidad vuelve a las sociedades y poco a poco las celebraciones sociales regresan con los fenómenos antes citados. No es un problema de todos, pero sí muy frecuente, especialmente en los pequeños que vieron pausada su inclusión a las actividades sociales por la pandemia.
Si esto tiene sentido para ti, o lo has vivido en algún evento pospandemia, cuéntanos tu experiencia en nuestras redes sociales. Si has encontrado alguna estrategia para romper esa presión, no dudes en compartirla. ¿Quién dijo bailar?