Un día antes de morir en la silla eléctrica, el 23 de enero de 1989, el asesino serial Ted Bundy sintió la urgencia de vomitar todos los detalles de su vida criminal, incluyendo los pavorosos asesinatos que ni la policía conocía. Habló detalladamente sobre su juventud con James Dobson, fundador de “Enfoque en la Familia”, como nunca lo había hecho. Ahí le presentó a su entrevistador la clave para entender su desprecio por la vida humana. Un elemento que el multihomicida calificó con sus propias palabras, como un “pequeño pero muy potente, muy destructivo, episodio en mi vida”: la pornografía. El reo de 42 años creía que una larga confesión le permitiría aplazar su muerte en la prisión estatal de Florida.
Cualquiera pensaría que un hombre que mató, oficialmente, a 36 niñas y mujeres en Estados Unidos, y que sentía compulsión por mutilar los cuerpos y tener sexo con cadáveres, inició ese contacto con las imágenes más perturbadoras que pudo encontrar. Sin embargo no fue así. Su puerta de entrada fue lo que en Estados Unidos se llama “soft porn”, una pornografía suave y aparentemente inofensiva que siendo niño la encontró en el supermercado.
Bundy describe el proceso de cómo la adicción que en un principio intentó resistir fue convirtiéndose en una droga que le demandaba dosis cada vez más fuertes que evolucionaron a imágenes de sexo violento, violaciones múltiples y después al feminicidio.
Un día, la pornografía sádica ya no fue suficiente y Bundy necesitó pasar de espectador a protagonista. En 1974 dio el salto de fantasía a realidad en un ataque brutal contra una joven de 18 años, sin poder parar de asesinar en los siguientes cuatro años hasta ser detenido.
Diversas asociaciones médicas y científicas expertas han hecho serios estudios sobre los efectos de la pornografía en el cerebro y comportamiento humano. En 2014, la Asociación Médica Americana publicó en su revista “JAMA” la investigación denominada “El cerebro del porno”, donde se confirma que la pornografía provoca, en los más jóvenes, una creciente necesidad por escalar el nivel de violencia e ilegalidad, hasta llegar a un punto donde surge la necesidad de convertir en experiencias reales, las experiencias visuales.
En 2017, el Instituto para el Desarrollo Humano Max Planck, con sede en Alemania y especializado en Ciencias Sociales, afirmó que a mayor consumo de pornografía, hay un mayor deterioro de conexiones neuronales y que las sustancias segregadas por el cuerpo durante la exposición prolongada a la pornografía dañan la corteza prefrontal del cerebro, dejando al individuo con baja motivación y sin autocontrol.
Embarazos adolescentes, enfermedades de transmisión sexual, violencia y violaciones en universidades, son otras consecuencias ligadas a un alto consumo de pornografía. Por esta razón, en 2016, el gobernador Gary Herbert de Utah, Estados Unidos, declaró la pornografía como un problema de salud pública y abrió el debate político sobre la terrible relación pornografía-violencia.
En México, esta relación también ha sido identificada. En agosto de 2018, la Suprema Corte de Justicia de la Nación avaló sancionar la producción, comercio y distribución de pornografía, como una forma de explotación a la que se someten las víctimas de trata de personas.
Con ese fallo, los magistrados avalaron la constitucionalidad de la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas para la Protección y Asistencia a las Víctimas de estos Delitos, que desde el 2012 brinda protección y un marco de derecho para las víctimas.
Esta Ley enumera en el artículo 10 las formas de explotación que derivan en el delito de trata de personas, como la explotación de la prostitución ajena, que se expresa en acciones como el turismo sexual y la pornografía, según el artículo 13.
Ese mismo artículo contiene una importante fracción que “será sancionada con entre 15 y 30 años de prisión, sin incluir algún agravante, la persona que -fracción IV- se aproveche de una situación de vulnerabilidad”.
¿Acaso la libertad de decidir utilizar imágenes y/o videos pornográficos, considera qué tan vulnerables son las personas que participan en ellos?
¿Nuestra libertad de consumir pornografía nos hace sensibles si sus protagonistas participan en ella por hambre, pobreza, ganas de continuar estudiando o para comprar medicinas para sus familiares ancianos?
Obviamente, la industria millonaria de los contenidos para adultos (que hoy consumen el 90% de los niños entre 8 y 17 años, según Josh McDowell) se esfuerza por hacer creer a sus consumidores lo contrario.
¿Qué autodeterminación tiene una mujer en estado de pobreza extrema a la que se le ofrecen unos billetes a cambio de practicar sexo oral a un desconocido frente a una cámara? Donde hay hambre, no hay libertad para elegir.
En Comisión Unidos Vs. la Trata conocemos bien esta historia. Niñas y mujeres llegan a nosotros con el anhelo de cambiar el curso de sus vidas. En algún momento, su estancia en la prostitución forzada se cruzó con una cámara fotográfica o de video que registró violaciones y secuestros, como si fueran inofensivas sesiones de desnudos o sexo consensuado en pareja. Muchas de esas imágenes hoy circulan en internet en sitios populares y están hoy en los ojos de un niño de 11 años.
En 2017, uno de esos sitios populares llegó a tener más de 595 mil 492 horas de video, lo que equivale a la vida entera de una persona de poco más de 68 años.
Reconocemos y respetamos el derecho de las personas a la autodeterminación para ejercer el oficio que más les convenga. También ejercemos nuestro derecho como activistas de cuestionar a la sociedad.
¿Cómo nos aseguramos de que no se utilice el sufrimiento ajeno como un afrodisiaco, especialmente en un país donde 6 de cada 10 mujeres sufre violencia?
¿Qué experiencias internacionales nos sirven para dar protección legal a dos millones de niños y niñas en el mundo que son utilizados anualmente en la industria del sexo, según UNICEF?
Las terribles cifras en nuestro país y continente acerca de violencia sexual, feminicidio, producción de pornografía y turismo sexual infantil, nos obligan a aspirar a un debate sin prejuicios, con información integral, levantando la voz de las víctimas.
Tenemos una postura muy clara: urge educar en contra del uso de la pornografía violenta para que nuestras niñas y mujeres, niños y hombres, aprecien la vida por su dignidad, no por su signo de pesos. Esto nos vacunará contra futuros Ted Bundy en nuestras escuelas, calles y hogares.
Nosotros proponemos acciones concretas para este debate:
1.Usar aplicaciones y filtros disponibles contra sitios pornográficos.
2.Buscar sitios web de ayuda para tratar el problema de adicción a la pornografía.
3.Usar la línea contra la trata de personas -018005533- para denunciar todo lo que parezca sospechoso en cuanto a explotación humana.
4.Informémonos sobre “El Foro Global para el Desarrollo Sustentable, Un camino para aprender”, que se ha fijado como meta el año 2025 para combatir esta forma de esclavitud moderna.
No perdamos de vista la historia de Ted Bundy, uno de los peores asesinos seriales en el mundo, quien decía haber sido una buena persona, con una vida normal y buenos amigos. Solo tenía, según él, un defecto: su adicción a la pornografía. Y no olvidemos esa frase que nos debe alertar a todos del peligro: “Yo creo que la sociedad merece ser protegida de mi y de personas como yo”.