La democracia como el derecho, como el teatro, como la música, es un arte que solo existe en pleno ejercicio, en acción. No es un libro, no es una teoría que la explica, no puede ser mera reflexión.
La democracia es acto.
Como el teatro, requiere también una cierta arquitectura, amplitud de espacios que permitan la reunión y la escucha de quien toma la palabra y pretende convencernos. Quienes actúan interpretan un papel, y cada quien tiene un rol específico que ha preparado más o menos a conciencia.
Partidos, candidaturas y autoridades presentan a la ciudadanía/público un papel de la manera más convincente de que son capaces. Cuando hablo de que realizan una representación no digo que falseen o finjan, sino que realizan los actos que se espera de ellos: promover sus ideas, atacar a la parte contraria, poner casillas, juzgar los excesos; según lo que le toque a cada quien.
El público, toda la ciudadanía, somos una audiencia pasiva hasta el momento culminante. Como en la obra “Terror” de von Schiraach, nos toca a decidir el futuro de los actores principales, que son los partidos y candidaturas.
Así como en una obra cada personaje tiene sus motivos y un estilo con los que debe ser congruente para no correr el riesgo de resultar chocante para la audiencia, igual sucede en la democracia, si un partido o una autoridad no se comporta conforme lo que se espera, será reprobado por la ciudadanía.
Hay quienes se dedican a la crítica teatral. También otras y otros escriben sobre la democracia. En ambos casos quienes actúan suelen estar atentos a lo que publican estas plumas para mejorar las futuras representaciones.
A diferencia de una película, que no cambia cada vez que se mira, la democracia/puesta en escena suele tener cambios y ajustes en cada ocasión. Ninguna es igual a la anterior.
De hecho a veces los actores cambian de papeles, las actrices son sustituidas o el público muda sus gustos sobre las actuaciones que prefiere.