Decir “democracia” es decir tantas cosas que uno teme que la palabra misma haya perdido sentido por abarcarlo todo. La decantación final que implica alguna forma de gobierno popular parece débil frente a los usos tan diversos que tiene, lo que habla también de su éxito como una especie de vocablo positivo.
Leonardo Morlino en su libro “Cambios hacia la democracia” publicado recientemente en español da cuenta de diversos conceptos o tipos de la misma: procedimental, liberal, responsiva, deliberativa, asociacionista, igualitaria, etc.
Sume usted las que quiera.
Me parece que este uso múltiple de la palabra podría abordarse aceptando que se construye la democracia como un género literario; y no me refiero a la amplísima bibliografía sobre el tema, sino a la forma en que nos narramos su desarrollo, historia, posibilidades y límites.
La democracia nace como la poesía, como un género oral. Es habla, hija de la igualdad y la libertad que solo existe como palabras porque nació así, como discurso.
[Más del autor: “Crisis de la democracia” de Adam Przeworski]
La carga emotiva de la palabra requiere una evocación, y esta se construye de historia contada, por tanto inexacta y llena de gestas trágicas y heroicas. No hay democracia sin figuras, sin un Lincoln hablando en Gettysburg, sin Emily Davison arrojándose al caballo de la Reina, sin Madero enarbolando la bandera escoltado por los cadetes del Heroico Colegio Militar, sin Rosa Parks sentada en un autobús en Alabama.
Es un género oral que a veces es drama, en ocasiones tragedia y casi siempre melodrama. Es un reflejo de lo que desean quienes la narran y quienes la escuchan, que son de alguna forma las mismas personas.
Esa carga emotiva, ese narrar que ahora se hace en publicaciones de Facebook o en hilos de Twitter, requiere un amplio grado de indeterminación, porque lo que se siente no puede ser definido so pena volverse solamente razón, y la política (de la que la democracia forma parte) no se hace sólo con la mente. Pasa algo similar con el concepto de “ciudadanía”, que si bien tiene una definición jurídica es más bien una identificación que depende de una conexión emocional.
La democracia es una historia que nos contamos acerca de cómo y quienes deben gobernar, nos la narraron otras generaciones y se la contamos a la siguiente, pero como cualquier género oral entre lo nos dijeron y lo que comunicamos no hay una identidad perfecta, sino un mito que hemos re-creado y modificado
Sigamos buscando un concepto unificador, conscientes de que no será sino una forma de contar la democracia.