Joseph Conrad escribió una novela poderosa y terrible: “El corazón de las tinieblas”. Una obra que es un destilado en el que nada sobra y nada falta porque lo que no se dice es más fuerte que lo que se menciona.
Esto no es extraño. El dolor más grande que puede sufrirse no tiene nombre, y es bueno que no lo tenga para que no pueda ser invocado.
Así, si en la música el arte supremo se encuentra en el manejo de los silencios, en la novela de Conrad lo importante no es el texto en sí, sino lo que se deja a la imaginación de quien la lee; por esto puede ser peligrosa ya que nos confronta con nuestra propia humanidad.
Una lectura posible de “El corazón de las tinieblas” es la política. Escrita a finales del siglo XIX aún no habían surgido los líderes que usaron la palabra para abismar a sus pueblos en la Segunda Guerra, pero conocía su autor la fuerza de las palabras dichas con tino los oradores. Conrad, a final de cuentas un extranjero en el idioma inglés en que escribía, seguramente estaba atento al uso del lenguaje por cualquiera que lo dominara.
De hecho es perfectamente coherente con el personaje de Kurtz, el loco lúcido que es el objeto precioso que debe rescatarse, afirmar que el texto tiene una dimensión política; al final de la novela un supuesto colega periodista del citado personaje afirma que debió haber sido político por su manera hablar, su habilidad para convencer, y sobre todo, por su fe.
Hay una extraña coherencia entre esa afirmación y el dominio que Kurtz tiene sobre los pueblos que viven a su alrededor; dado que era un europeo solitario, no es posible que haya dominado sobre otros sino mediante el uso de las palabras, ya sea para convencer por la razón o para conmover por la emoción.
Eso hace un político. Un buen político. Convence por la razón y conmueve por la emoción. Lo hace también el religioso, que convoca a Dios mediante rezos y salmodias.
No me parecen relevantes los fines del personaje. Si quería en realidad dominar o fue un medio para la explotación; a final de cuentas nos encontramos frente al hecho de que aun cuando su muerte está próxima, los guerreros, los sacerdotes, las mujeres, lo respetan y le siguen de una forma incondicional.
El europeo comerciante de marfil se internó en la selva y al dejar que lo devorara aprendió a dominarla por medio de sus palabras.
Ahora bien, la clave la da el periodista al acertar y equivocarse en un tiempo, pues contrario a lo que afirma, Kurtz sí se volvió un político exitoso, aunque no en Europa, aunque no mediante elecciones ni discursos en el Parlamento. Logró algo más complicado aún: convencer con su palabra y su fe a quienes no tenían en común con él más que su humanidad.
Espléndido político ese comerciante de marfil. Y genial relato de Conrad, que nos recuerda los tres elementos básicos para quien quiera triunfar en la política: fe, arrojo y capacidad de convencer.