Llegó el más hermoso mes del año: diciembre. ¿El más hermoso? En realidad todo depende de quien lo vive y las expectativas que hemos creado alrededor de este mes de celebraciones.
Si lo analizamos, diciembre sólo son 15 días, inicia con preposadas, posadas, los preparativos para la navidad, año nuevo y se acabó la fiesta, empieza la cruda realidad con la denominada “cuesta de enero”.
¿Qué lo hace tan especial? La conmemoración cultural heredada de la Conquista, consistente en el nacimiento de Cristo, de Jesús, del ungido, del elegido, y en torno a su nacimiento, la cena es familiar, es especial, se intercambian regalos, parabienes y se intenta encontrar la armonía en familia.
Sin embargo, en México existe un sincretismo cultural enorme en cada celebración. Si bien la celebración del nacimiento de Cristo es el 25 de diciembre, esa fiesta también se combina en muchos hogares con la figura de Papá Noel, igualmente llamado Santa Claus, o San Nicolás. El origen de esa celebración, también es cristiana, y también se trata de una persona que al igual que Jesús, existió en la vida real. Nicolas de Bari construyó con su generosidad, una leyenda que se extendió en la sociedad de su tiempo, y por razones de ideas de la reforma católica encabezada por Martín Lutero, quedó la repartición de regalos de Papá Noel el mismo día del nacimiento de Jesús, y si bien se consideró eliminar la figura de Santa y sustituirla por el Christkind, en realidad fue la enorme popularidad de Santa que lo mantuvo como el repartidor de los regalos a los niños.
En estos tiempos actuales, existe un gran número de religiones profesadas por el pueblo mexicano. Si bien es cierto no compiten en número con los cristianos, se tienen templos y registros de personas que profesan el hinduismo, el jainismo, el budismo, el sijismo, el judaísmo y el islam principalmente.
Para meter algo más a la coctelera de diciembre, y con el objetivo de deconstruir el relato de las celebraciones a partir de la religión que nos fue impuesta en la conquista, y analizar qué celebraban los pueblos originarios en esas mismas fechas, es sorprendente encontrar que los aztecas, al momento de la llegada de los españoles, tenían una enorme devoción para el dios Huitzilopochti, y nos deja sin aliento saber que precisamente en diciembre celebraban el nacimiento de la sagrada “serpiente emplumada”. Pero como los aztecas se guiaban por los astros y los fenómenos astrológicos más importantes, ellos celebraban el día 21 de diciembre, que corresponde al solsticio de invierno; y a partir de ahí, las fiestas para venerar el renacimiento del gran dios azteca.
Acorde a la comunicación enviada desde suelo mexicano al rey Carlos V, la primera celebración de navidad en México tiene registro en el año de 1526, según lo reportado por el fraile franciscano Pedro de Gante, por lo que todo el tiempo anterior a ello, las celebraciones fueron en honor a Huitzilopochtli.
¿Nos falta agregar algo más? Por supuesto: el árbol de navidad. Esa costumbre se arraigó en México en el siglo XIX, durante el breve reinado de Maximiliano de Habsburgo, suspendida después de su ejecución, y retomada después en tiempos de Porfirio Díaz, la cual se conserva hasta nuestros días.
Para muchos, diciembre y las fechas de celebración son de felicidad obligatoria, pero para otras personas se trata de todo lo contrario, especialmente para quienes han perdido a sus seres queridos, o no tienen una familia, no tienen armonía en sus vidas, y no tienen lo que mercadológicamente nos han dicho que se debe tener para ser felices. Por eso de manera contradictoria, es en estas fechas donde muchas personas experimentan sensaciones de depresión, tristeza, incluso se han registrado estadísticas elevadas de suicidios. Por encima de cómo celebre usted la navidad, según su religión, sus costumbres o sus recuerdos de infancia, lo que sí llama la atención de manera poderosa, es lo que se ha denominado la “regla de oro” de las religiones.
Aunque le cueste trabajo creerlo, existe una idea, una premisa, una máxima, que está vigente en todas las religiones citadas. Jesús dijo: “Trata siempre a los demás como quieres que ellos te traten a ti”; Confucio dijo: “Lo que no quieras que te hagan a ti, no lo hagas a los demás”; Buda citó: “No dañes a los demás con lo que te hace daño a ti”; Mahoma inmortalizó en el Mahabharata: “Esta es la suma de todos los deberes: no hagas a los demás nada que, si te lo hicieran a ti, te causaría dolor”; el gran maestro judío Hilel, expresó: “lo que es detestable para ti, no lo hagas a los demás”.
Miles de años de pensamiento religioso, de legados proféticos, coinciden en lo que ahora podríamos encontrar cercano al concepto de “empatía”. Y ahí nos lleva la reflexión de este mes. Un ejercicio que exige una autorreflexión, un profundo análisis de nosotros mismos, una mirada introspectiva honesta para determinar lo cerca o lejos que nos encontramos en nuestro diario actuar con la regla de oro de las religiones.
Quizás si la respetáramos con la misma insistencia con la cual la han predicado los más destacados pensadores de la historia de la humanidad, nuestro actuar sería distinto y nuestra historia tendría otro destino.
Querido lector, cumplimos un año más juntos en esta fantástica publicación democrática. Deseo de corazón que Dios (en quien usted crea) le brinde bendiciones, salud, grandes oportunidades y le regale la conciencia: cualquier vida, es una magnífica vida y sólo nos corresponde disfrutarla a cada momento, sin importar la marca de su ropa, el tamaño de su casa o los cilindros de su auto. ¡Felices fiestas! Nos leemos en 2024.