Diálogo y confrontación

En su estudio introductorio a “Las mil y una noches”, Rafael Cansinos Assens escribe: “Toda guerra es, en el fondo, una forma violenta de comunicación, un principio agresivo de conocimiento y amistad y también un modo brutal de comercio”. Una buena frase que encierra afirmaciones interesantes.

El diálogo implica voluntad para convencer y dejarse convencer, solidez en las propias creencias que no raya en la necedad sino que es convicción razonada. Exige de ambas partes la misma disposición, y nada pareciera más contrario a ese intercambio que la guerra, en la que se dejan las razones al lado y se pasa a la fuerza en toda su simple brutalidad.

Pero tal vez el sabio español tenga un punto interesante. Aún en los conflictos más fuertes, ya sea que piense usted en los políticos o en los militares, suele haber algún canal de comunicación entre las partes; tal vez una persona de confianza, algún diplomático o intelectual, tal vez un comerciante, que sirve como una vía libre para tantear al otro sobre propuestas de solución.

Además, la fuerza impuesta sí es una razón. Una razón en su forma más elemental, reducida a una voluntad que se impone aparentemente sin escuchar, pero todo estratega sabe que no es así, sino que se ha medido y sopesado la fuerza de la contraria, de forma que ninguna ofensiva puede lanzarse sin el conocimiento de los recursos que tendrán los defensores, el estado de sus reservas, aliados posibles, y hasta el clima (en la guerra tenemos el ejemplo de la fallida ofensiva alemana a la URSS cerca del invierno; en política los comicios a los que Margaret Thatcher llamaba en la época del año en que sabía que la población estaba más contenta, y por tanto votaría a favor del gobierno en curso).

Por tanto parece que sí hay un diálogo, un tipo de comunicación que puede permitir una amistad aún entre los contrincantes. No esas amistades que se sueñan de por vida, sino las que permiten el “comercio”, esto es, el intercambio de bienes o acciones en una transacción mutuamente beneficiosa.

Aceptando lo anterior, entonces podemos conceder que en los momentos de mayor confrontación política (si podemos usar como similares la guerra y la política) tanto es de esperarse que exista estrategia y táctica en las acciones de cada parte, en las que se haya medido de alguna forma la intensidad de la respuesta de la otra; como que existan esos amables “gestores” que faciliten la comunicación, aun cuando por razones de imagen no puedan realizar sus labores a la vista de todos.

Un constitucionalismo del conflicto debe considerar esta realidad. Los espacios o momentos de negociación política al aparente borde del abismo, que permitan el arreglo calculado para el último minuto, conservando la estabilidad institucional a la vez que permitiendo el cambio mientras protege un centro mínimo de derechos. De nuevo la clave parece ser la resistencia por medio de la flexibilidad.

 

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