En la época de la hipertransparencia, no hay lugar al que escapar, no hay lugar donde esconderse. Esta frase de Andrea Bonime-Blanc resume muy bien el contexto actual, en el cual, ninguna marca o profesión está exenta.
Este escenario implica un gran reto para los despachos legales, que por años han sufrido el doble juzgamiento de sus clientes -en los tribunales y en la opinión pública- pero, que no suelen verse a ellos mismos como sujetos de escrutinio público. Los reflectores que antes estaban sobre sus clientes, ahora también están sobre ellos y eso tiene un impacto en su reputación personal y la de sus firmas.
En los últimos años las investigaciones periodísticas internacionales sobre el quehacer de los juristas y la asesoría o servicios ofrecidos a clientes envueltos en escándalos de todo tipo, han puesto en el ojo público el papel de estos profesionales y su forma de actuar en nuevo mundo que se rige más por la ética, que por la estética.
De nada sirven los argumentos antiguos de que la materia es altamente especializada o compleja de comprender para los no especialistas. Ya no da para más la teoría de bajo perfil, que ha producido un vacío, que terceros- no siempre con buenas intenciones- se están encargando de llenar definiendo por su cuenta la narrativa del ejercicio del derecho.
Cómo se dice en estrategia política: quien no se define, lo define el adversario. Queda claro que los abogados están perdiendo la batalla de explicar por sí mismos cómo es y en qué consiste lo que hacen.
Por ello, hoy, a pesar del gran aporte y profesionalismo de los hombres y mujeres que se dedican al derecho correctamente, se percibe una creciente presión social hacia el ejercicio de la profesión y sus principios éticos. Ello viene provocando urgencias en los despachos y en sus directivos, que han visto golpeada su reputación y su credibilidad, más que como firmas individuales, como profesión en sí.
4 claves para la abogacía en la era de la hipertransparencia
La hipertransparencia pasó de ser una ventaja competitiva, a una demanda que se exige no solo al sector público, sino también al privado. El acceso a la información pública se ha potenciado vía internet y se amplifica en tiempo real a través de las redes sociales. Se trata de un poderoso megáfono para hacer demandas sociales y éticas contra quienes aparentan “ocultar algo”.
Primera clave: gestionar la reputación, identificando y diseñando una estrategia completa de comunicación que ponga en el centro a sus principales stakeholders y no a la firma. La comunicación constante y transparente con estas audiencias ayuda a gestionar las expectativas y demandas que se tengan de la organización y cerrar ese gap entre la percepción y la realidad de lo que es, son y hacen estos profesionales.
Segunda clave: los socios son el principal asset ante una crisis, pero, la crisis suelen encontrarlos ausentes, sin un ecosistema digital ni marca posicionada. Lo que les resta posibilidades de impulsar el relato que necesitan comunicar urgentemente.
Tercera clave: Identidad digital del despacho, para no tener solamente una web llena de premios y de venta de servicios. Es fundamental tener una estrategia adecuada para impulsar todo el ecosistema digital de la marca del despacho, que está integrada por muchos recursos propios como de sus socios, asociados, clientes, aliados. La suma de estas acciones redundará en la consolidación y ampliación del escudo de protección.
Cuarta clave: pasar del cumplimiento a explicar y conectar, porque el cumplimiento de las leyes son el deber ser de los despachos, pero esto ya no es suficiente, no representa ningún valor diferencial para el negocio. El reto es cómo se crean verdaderos mecanismos que sustente esa transparencia y ese canon ético.
Sí, el mundo se convirtió en una gran caja de cristal, donde la hipertransparencia es el elefante dentro de la habitación. Es un desafío que es necesario comprender y gestionar, en especial en los despachos legales donde la confidencialidad y la confianza son las claves en la relación comercial. Para los abogados, la tarea es fortalecer esa confianza y entender que la transparencia no es el destino sino el camino obligado para los despachos judiciales.