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Debates

Se suele empezar la historia de los debates hablando del famoso Nixon-Kennedy, el primero televisado. Pero la realidad es que el intercambio de ideas, propuestas, acusaciones, etc., entre aspirantes a un cargo público es bastante más antiguo.

De hecho, la discusión pública nos viene de la antigüedad.

En todo caso, para nuestro país, los debates, ya sea para las elecciones presidenciales, las de las gubernaturas o en los comicios municipales, se han vuelto una auténtica tradición, tengan o no un impacto real en las preferencias electorales.

La forma de desarrollar estos certámenes ha cambiado. Hasta hace poco, se escogían preguntas en un laborioso ejercicio de consenso con las representaciones partidarias, se seleccionaba un moderador o una moderadora que las leía y contaba el tiempo, mientras se hacían tomas sencillas de quienes debatían.

Un modelo acartonado de mucho control y poco intercambio.

Pero ahora la ciudadanía quiere otro tipo de ejercicios. Lo hemos visto en los últimos años, tal vez un poco influenciado por la forma en que se hacen los debates en Estados Unidos. Para esta época, se busca una interacción mayor con la ciudadanía, por ejemplo, mediante formas colaborativas para definir las preguntas.

Además, se quiere una interacción mayor entre las candidaturas, que se enfrenten en la esgrima verbal para probar el filo de sus ideas y comentarios ingeniosos. En este nuevo esquema, quien realiza la moderación también puede formular preguntas incisivas.

Ninguna candidatura busca ganar el debate por ganarlo. Dicho de otra forma, la estrategia de campaña responde a la pregunta de cómo ganar el cargo, y dentro de la misma, se prepara una táctica para el debate. Esta puede ser mostrarse como una opción que tal vez no había visto la ciudadanía, posicionar un tema, fortalecer la condición puntera, demostrar la fragilidad retórica de un oponente, etc.

Lo cierto es que “ganar el debate” puede significar cosas distintas para cada debatiente.

Un encuentro de este tipo nos permite ver el temple de quienes aspiran a representarnos. Facilita observar la coherencia de las propuestas, así como apreciar la rapidez y agudeza mental, también mostrar el conocimiento de los principales problemas sociales. Sin duda son características deseables en quien busca gobernar; pero en todo caso, no son las únicas.

Ni un debate ni una encuesta nos pueden garantizar la calidad de un futuro gobierno, o la adecuada representación de una comunidad. Escuchar las propuestas de las candidaturas, observar la manera en que se sostienen frente a las críticas, mirar la habilidad para defenderse, nos dará información relevante del carácter y el talante personal, bastante y, a la vez, muy poco para decidir el voto.

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