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2 de Octubre no se Olvida

La Máquina del Tiempo Musical

“El 2 de octubre de 1968 la efervescencia nacional tenía su cita en la historia. Los jóvenes de entonces, llevando sus derechos civiles al máximo, entonaron un coro de libertad no apto para la época, no apropiado para esos tiempos, definitivamente no prudente para las mentes en el poder.”

Al llegar a la plaza, se siente esa imponente energía, esa inmediata fuente indescriptible de sensaciones que hace erizar la piel.  Cada paso, cada rincón, cada metro cuadrado de Tlatelolco libera ímpetu, potencia, esa que no se ve, esa que no deja dormir.  De los mausoleos nacionales, ha sido este, sin quererlo, el más sentido, el más respetado, el que el pueblo jamás olvida, y más vale que jamás lo hagamos.

Ese suelo, ahora sagrado, fue creado por la naturaleza y elegido para fundar en él una ciudad en 1337 por los tlatelolcas, después de separarse de los tenochcas, fundadores de Tenochtitlán.  Con semejante linaje, ya el lugar tiene el reconocimiento de origen de una de las tribus mexicas más importantes en nuestra nación.  La conquista dejó su huella y el reino de Tlatelolco cayó a la presencia española, volviéndose sus fundadores sirvientes en el mismo lugar del cual fueron amos, del mismo lugar que construyeron.  Su imponente comercio maravilló a los extranjeros, quedando testimonio en palabras del cronista Bernal Díaz del Castillo.  Y una vez más vemos templo e iglesia, coexistiendo en la zona, como vestigios de la cosmovisión de entonces y la nueva visión del mundo traída por los conquistadores.

Convertido a la modernidad en los años 60 y 70, fue el complejo de departamentos más grande del país, contando ciento dos edificios con escuelas propias, así como tiendas, hospitales y demás.  Pocos imaginaban que esa zona, con riqueza milenaria, vestigios antiguos, coloniales y modernos, devendría en un lugar de peregrinación generacional.

El 2 de octubre de 1968 la efervescencia nacional tenía su cita en la historia.  Los jóvenes de entonces, llevando sus derechos civiles al máximo, entonaron un coro de libertad no apto para la época, no apropiado para esos tiempos, definitivamente no prudente para las mentes en el poder.  Se pagó caro.  Muy caro.  Los cálculos hablan de 15 mil balas lanzadas contra una multitud de idealistas.  Indignante y doloroso ver la desigualdad de la confrontación.  De un lado, jóvenes, líderes, defensores de utopías, y del otro, los mejores elementos del propio ejército nacional.

Libros contra tanquetas, carne inocente contra bayonetas, hijos e hijas de un México aspiracionista contra el poderío militar de un grupo coordinado y entrenado para matar. La orden era aniquilar el movimiento con la fuerza, con la desrazón, un escarmiento público contra los que pensaron diferente. Un castigo con pena de muerte a quienes incomodaron al presidente y sus compañeros de gabinete.  La mejor época económica del país hecha trizas por una decisión visceral que ahora se entiende como un reflejo violento y sin sentido de la rigidez política imperante.   La patria llora a sus hijos, la patria lamenta el día que se creyó que con golpes y balas se apagan los sueños de sus propios ciudadanos, México llora al unísono el día que ese ejército que prometió defender a los mexicanos, acató la orden de matar sin compasión a los que ese día se reunieron a declarar ideales.

Ante la sorpresa nacional, el terror se hizo presente.  Las balas apagaron la vida de muchos.  Existe un México antes, y otro después del 2 de octubre de 1968. No se olvida y no se debe olvidar jamás: la violencia NO es el camino. Testigos de la masacre fueron todos los medios de comunicación de la época, que encubrieron y minimizaron el acontecimiento. Una vergüenza más. Voces como la siempre admirada Elena Poniatowska hicieron la excepción, poniendo en riesgo su vida y su futuro. 

Quiso el destino que ese mismo día, se celebre a nivel mundial el Dia internacional de la No Violencia, inspirados en su máximo exponente: Mahatma Ghandi, quien practicó la revolución pacífica, totalmente opuesta a lo sucedido en nuestro país ese día.

Si pudiera volver al tiempo, haría muchas mesas de diálogos, convocaría a los mejores mediadores para ser asistentes de los enfrentados, haría todos los esfuerzos necesarios para encontrar el sentido a los reclamos de los jóvenes, y usar todo el poder del Estado para ubicarnos en el punto medio, en el camino sensato, en la construcción positiva de acuerdos, pero eso es una ilusión imposible.

A 55 años de la tragedia, Tlatelolco grita en silencio.  Estar ahí es indescriptible.  La Plaza de las Tres Culturas nos recuerda que ahí cayeron y murieron idealistas, defendiendo lo que creían correcto, y alzando la voz en el legítimo derecho que la misma Constitución les otorgaba, pero ninguna autoridad lo reconoció así.

Las almas ancestrales, las coloniales, las del México moderno, y las que ese día cubrieron con su sangre la Plaza, siguen ahí, presentes, inspirando a todos, volviendo cada año, recordándonos: “¡Estamos aquí, que vivan los estudiantes!”.

Tlatelolco, lugar sagrado de veneración generacional, eres el recordatorio vivo de nuestros mártires, aquellos que no pidieron serlo, los que no deseaban inmolarse, pero desde la oficina más alta del poder público, decidieron su destino. Es el pecado original de la nación, en el día que mató a sus propios hijos, con los recursos destinados a su protección.  

Los autores de esto vivieron lo suficiente para disculparse, pero nunca lo hicieron.  Es la mancha en su expediente, es la mancha en su recuerdo, es el punto final de su legado.  El Halconazo y la impunidad de sus autores, fueron el inicio del fin del partido en el poder, el tiempo y la gente terminó castigando fuertemente esas acciones, y han sido enseñanza para casi todos quienes asumen un cargo público.

Réquiem por los caídos, por los torturados, por los asesinados, por los escondidos, por los humillados, los golpeados hasta la muerte, hombres y mujeres, incluso embarazadas según relata la trova de Oscar Chávez.

Querido Tlatelolco, estudiantes del 68, soñadores e idealistas: muchos les debemos. Jóvenes, sueñen, tengan ideales, ustedes siempre serán la punta de quiebre de las cosas que no gustan del mundo que habitan. Compañeros caídos: una disculpa sentida por darles ese destino, ese que no querían, ese que les impusieron, ese donde el olor a pólvora mató un movimiento, pero a cambio de ello, despertó a una nación. 

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