110 años de machismo

La Escuela Libre de Derecho ha sido mi casa desde agosto de 2007, primero como alumna de licenciatura, posteriormente de posgrado y finalmente como docente. Durante estos 15 años aprendí, crecí, me tropecé; conocí increíbles y terribles personas. A la Libre le debo tanto… me convertí en una incansable abogada laboralista, conocí a mi esposa y algunas de mis amistades más entrañables. Por eso y más resulta doloroso pero necesario dedicarle estas líneas.

Como escuela que nació de las adversidades y del hartazgo estudiantil y docente que no podía más con las injusticias, nepotismos y control de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, parece que mi sentir recuerda más a lo que vivían los corazones de sus fundadores en 1912 que a lo que hoy se respira en sus aulas. 110 años de existencia y en sus pasillos, sigue siendo el machismo quien determina el curso de la escuela.

Como mujer, es sabido que el camino por la Libre no es sencillo, por el contrario, es (lamentablemente) del dominio popular que en sus paredes habremos de encontrar violencia, discriminación, tristeza. Hemos caminado 110 años buscando las formas de ser vistas, de que seamos consideradas profesionistas y no personas que “roban un espacio” a sus compañeros varones, que solo estudian “mientras se casan”, ser vistas como agentes de cambio del Derecho y de México; hemos luchado tanto y hoy, tristemente declaro que hemos avanzado poco.

Un espacio que sigue dominado por un porcentaje aplastante de hombres, no permitiendo que mujeres y disidencias vean en sus cátedras la inspiración de profesionistas a quienes quisieran parecerse, no merece galardón alguno. Una escuela cuya materia prima de estudio son las normas y que, aún teniendo normativa que rige la manera en que -teóricamente- deben otorgarse las cátedras, decide omitir las reglas y privilegia los espacios ganados a punta de recomendaciones sin consideración alguna de méritos propios, no merece reconocimiento alguno.

Dicen que una se vuelve feminista por su propia historia, los 15 años que llevo viviendo bajo las alas de la escuela de la Doctores, son parte de la mía. Cuando era estudiante callé muchas injusticias y violencias, propias y ajenas, por no creer que podía hacer algo al respecto, por miedo, por falso respeto. Hoy, mi deber para conmigo y para con la comunidad de la Libre, especialmente para las mujeres y disidencias es no callar un segundo más.

Tengo poco más de dos años fungiendo como docente adjunta, un año de tener el nombramiento “oficial”, un año como tutora de estudiantes de primer año, más de 4 siendo ponente ocasional en foros de naturaleza diversa (siendo evidente cuota de género en algunas de esas ocasiones) y bastantes años más, siendo una de las hijas más incómodas de la Libre. La falta de profesorado femenino y abiertamente de la diversidad sexual hizo crecer en mí, a pasos agigantados, la necesidad de ser parte del claustro de mi alma mater.

Quería convertirme en esa abogada a quienes las, los y les estudiantes pudieran acercarse por consejos jurídicos, vivenciales y ser una verdadera mentora para la comunidad escolar; por ello, tan pronto como fueron publicadas las convocatorias para cátedras vacantes, comencé a preparar mi postulación.

Derecho laboral. Quienes me conocen en lo privado saben que bromeo diciendo que no sé de otra cosa en la vida, no es así, sin embargo, es cierto que hay pocas cosas que me apasionen de la forma que el derecho del trabajo lo hace; mis estudiantes e incluso mis seguidores de Instagram (dense una vuelta en @alixialezweet) saben que explicar/enseñar es, además, algo que me hace feliz y, coincidentemente, hago bien.

Preparar mi postulación incluyó mucho más que la autovaloración de saberme una gran abogada laboral y un referente en el derecho del trabajo actualmente (no lo digo yo, lo dicen los rankings); incluyó un verdadero trabajo de investigación, búsqueda de bibliografía moderna, inclusión de temas como tecnología y perspectiva de género, tópicos que, aunque necesarios, se mantienen fuera de los temarios en la mayoría de las universidades por no considerarse relevantes.

La noche antes de la prueba, sentía que presentaría mi (no me acuerdo que número) examen de la Libre y, como solía hacerlo, ridículamente dormí sobre mi ley, mis apuntes y mi iPad, porque la modernidad alcanzó también mi estudio. Cuál sería mi sorpresa al llegar y ser informada que la valoración para la cátedra en oposición no sería mediante preguntas sobre la materia, sino una entrevista, una plática entre “amigos”. Me relajé, poco, porque igual es la ELD, pero me sentí mejor.

Es público que soy una mujer feminista, que soy integrante de la comunidad LGBTTTIQ+ y que soy una defensora que busca la diversidad e inclusión de todas las personas en todos los espacios y jamás me he avergonzado de ello, por el contrario; sin embargo, escuchar que el primer cuestionamiento que se me hizo en esa charla fue que “si cuando empiezo a dar clase, me presento indicando que estoy casada con una mujer” me resultó violento, doloroso y sumamente discriminatorio. El rumbo de la entrevista no cambió en los -casi- 90 minutos que duró, por el contrario, se me cuestionó sobre el uso de lenguaje incluyente, sobre mis decisiones profesionales de cambio de empleo, se me hicieron varias preguntas que me hicieron sentir sumamente incómoda, discriminada y, a pesar de ello, decidí “aguantarme” como en los viejos tiempos, pensando que una vez que me dieran la cátedra tendría entonces oportunidad de cambiar y mejorar las cosas desde adentro.

La Libre me violentó una vez más, sus profesores e inclusive sus profesoras, recordándome que el machismo surge por igual de hombres y mujeres, de aquellas que inclusive han navegado con la bandera del feminismo y a las que hemos cobijado, aquellas a las que, siendo agentes de conductas agresoras, hemos recibido con sororidad esperando que eventualmente cambien; especialmente si quieren redirigir el rumbo de la escuela.

Sobra señalar que, como las personas que lean esto pueden haber adivinado desde el título, no me fue otorgada la cátedra. No “bastó” mi experiencia docente, mis calificaciones nacionales e internacionales sobre la materia, mis publicaciones, inclusive mis puntos ganados dentro de la propia Libre por haber sido adjunta, tutora, ponente etc.; pudo más el ya conocido nepotismo de la Libre, las recomendaciones, pudo más, inclusive, la crítica de mi feminismo.

En esta ocasión es evidente que fue la Libre la que perdió y, peor aún, perdió el alumnado de la Escuela porque se eliminó de tajo la posibilidad de tener una cátedra de Derecho Laboral con visión de cambio y progreso, con perspectiva de género, una cátedra que reconociera las necesidades de las, los y les estudiantes y las convirtiera en la guía de enseñanza.

Esta vez no fui cuota de género, no lo fue tampoco otra postulante con amplia experiencia en litigio y un despacho propio; ni siquiera se consideró como relevante la carrera judicial y renombre laboralista de un magistrado que también fue parte de la convocatoria. En éste, como en muchos otros procesos de selección de la Libre, se actuó y tomaron decisiones al “dedazo” respetando amiguismos y cuidando no perder la pertenencia a, tan selecto, grupo de profesores.

Hoy, en estas líneas le digo adiós a la Libre con un dolor que verdaderamente me cala, digo adiós a pararme sobre la arcaica y absurda tarima, digo adiós a mis aspiraciones de cambiarla desde adentro para llevarla a la modernidad garantista de derechos humanos, en otras palabras, renuncio a mi nombramiento de adjunta, inclusive a aquel que me ofrecieron como premio de consolación. Lo que no termina aquí es mi compromiso con la comunidad de la Libre, cualquier persona que así lo quiera y lo decida puede siempre buscarme, lo mismo para hablar de derecho laboral, de la vida o las vicisitudes de ésta siendo parte de alguna -mal llamada- minoría.

Quería que las cosas fueran diferentes, que mi escuelita de Vértiz 12 siguiera siendo uno de los lugares en que más segura me sentía, eso tristemente se terminó. Mi escuela, a la que defendí siempre a capa y espada, a pesar de las fallas, de las denuncias y quejas, mi escuela me falló y, de cierta forma, le fallé yo a ella al no poder hacer más para cambiarla.

El movimiento feminista al interior de la Libre ha generado importantes cambios, se ha hecho justicia (muy parcialmente), se dejaron fuera profesores agresores, se tuvo un performance en contra de la violencia hacia las mujeres (gracias por ese 6D a tantas mujeres de la Libre), se han tenido ejercicios de tendederos, se ha hecho mucho, pero falta aún más y precisamente por ello es que hoy decido que tampoco la Libre, sus autoridades y su historia, tendrán más la comodidad de mi silencio, HOY YA NADA NI NADIE ME VA A CALLAR.

Hoy les digo a las mujeres y disidencias de la Libre algo que grité junto con muchas otras egresadas: ¡no están solas! y agrego: ¡no están solos, no están soles! Porque mi mensaje va para todas las personas que integran la ELD, para la -patriarcalmente denominada- “comunidad de vivos y muertos”. Es una invitación para que no vuelvan a guardar silencio y para que encuentren la forma de hacer valer sus derechos.

Hace unos días escribí que, para que se escuche mi voz no siempre es necesario gritar, sino pararme en el lugar que más eco haga; este artículo es mi manera de conseguir que mi queja resuene para la posteridad.

No estoy reclamando el otorgamiento de una cátedra, no quiero tener los mismos derechos que un varón, quiero disfrutar de aquellos que me corresponden por ser mujer, por ser abogada, por ser también hija de la Escuela Libre de Derecho.

Al diablo la RAE y la idea de que feminismo es una doctrina que concede (como si fuera un favor) a las mujeres capacidad y derechos reservados antes a los hombres. Nadie reservó nada, durante la historia de la humanidad ha sido la violencia, la discriminación y los falsos discursos cargados de falacias, los que han generado que los varones hayan acaparado tantos espacios, públicos y privados, arrollando sin piedad los derechos que son inherentes a nosotras, al resto de las personas.

Yo no he dado mi consentimiento para ser pisada, ignorada, discriminada y vulnerada; yo no estoy dispuesta a seguir callada, soportando un cis-tema corrompido que nos deja fuera y nos culpa de las razones para hacerlo; yo no voy a permitir que siga avanzando la humanidad a costa de dejar de lado a más de la mitad de sus integrantes; yo estoy cansada, pero de tal fatiga habré de hacer combustible para quemar las rocas que sirven de cimiento a esta realidad indefendible. 

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